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Ondeando al viento al frente de la treintena de caballos y camellos que avanzaban sobre la interminable llanura, destacaba una bandera verde sobre la que campeaban dos espadas y una leyenda en caracteres árabes: “No hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta”. Y junto a la bandera, a la cabeza de un puñado de orgullosos jinetes de rostro decidido que no parecían sentir ni calor ni cansancio, se distinguía, destacando sobre todas, la imponente figura de un hombre de dos metros de estatura, delgado, ágil, musculoso y fuerte, de nariz recta, profundos ojos negros e imperativos ademanes, Abdul-Aziz Ibn Saud, primogénito de la casa de Saud, descendiente directo de una hija del santo Wahab, y nieto del glorioso rey del Nedjed, Saud el Grande.